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La tinta del Cóndor
Un reportaje ficticio revela complicidades entre las dictaduras de Argentina y Uruguay para contrarrestar denuncias.
La diaria – 9 7 15 - Textos y reportaje: Ricardo Scagliola -Producción: Bernabé Fernández
Nunca terminará de explicarse lo que ocurrió en la Escuela de Mecánica de la
Armada (Esma) durante la última dictadura militar argentina (1976-1983).
Estaba a la vista de todos, en la avenida del Libertador, muy cerca del
aeroparque metropolitano y la cancha de River Plate, pero su aquelarre
fue invisible. Las palabras tampoco alcanzan para relatar completamente
lo que sucedía del otro lado de las rejas labradas con dibujos de navíos
antiguos. Se calcula que ahí, en el infierno mismo de la Esma,
perdieron la vida unas 4.500 personas. Otras, en cambio, sobrevivieron.
Pero todas pasaron un largo calvario, que, en algunos casos, contemplaba
salidas transitorias junto a sus torturadores. Oficiales y suboficiales
salían a cenar en restaurantes céntricos con algunas detenidas, a las
que torturaban de día, y vestían y perfumaban de noche. “Ponete linda”,
les decían. A veces terminaban en la discoteca porteña Mau-Mau. Pero la
llegada, en 1979, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH),
en medio de un creciente aislamiento mundial y una andanada de
denuncias sobre terrorismo de Estado que se venían acumulado desde el
Mundial de Fútbol de 1978, alteró esas rutinas. Fue entonces cuando los
militares argentinos diseñaron un plan propagandístico en coordinación
con la agencia estadounidense “de relaciones públicas, asuntos públicos y
manejo de crisis” (así se define) Burson Marsteller y medios de
comunicación aliados al régimen para ganarse a la opinión pública,
contrarrestar las denuncias de los familiares y evadir una condena de la
comunidad internacional. El libro A Lexicon of Terror (1998),
de Marguerite Feitlowitz, cita a Victor Emmanuel, el ejecutivo de Burson
que estaba a cargo de vender al mundo la dictadura argentina, en su
frase más inolvidable: “La violencia era necesaria para abrir la
economía proteccionista, estatista” de Argentina.
Amén
de la brutal campaña publicitaria ideada por la inteligencia militar
junto a Burson Marsteller para contrarrestar lo que llamaban “la campaña
antiargentina de la subversión”, y que llevaba como leit motiv la
recordada frase “Los argentinos somos derechos y humanos”, el plan
contemplaba algunas operaciones específicas de desinformación. Una de
ellas tuvo lugar entre julio y setiembre de 1979, por medio de un
acuerdo con los tentáculos mediáticos de la secta Moon, que por ese
entonces desembarcaba en el Río de la Plata mediante numerosos contactos
con las dictaduras de uno y otro lado del río. La operación incluía la
realización de una entrevista periodística fraguada con una de las
detenidas en la Esma, Thelma Dorothy de Cabezas. Pero el plan tuvo sus
contratiempos. En un principio, los represores pensaron hacer el
reportaje en Buenos Aires. De ahí que en el mes de junio Thelma fuera
trasladada por sus captores a la ruta Panamericana de la capital
argentina. Detrás de un remozado cartel publicitario con alusiones a
Uruguay, la intención era tomarle fotografías ambientadas en Montevideo.
El objetivo: demostrar que Thelma estaba exiliada en Uruguay a causa de
amenazas del grupo Montoneros. Pero, por razones que se desconocen, el
plan fracasó. Fue entonces que los represores idearon un plan B, que
contemplaba la traída de Thelma a Montevideo, aunque tampoco fue del
todo fácil: tres veces la trasladaron, y recién en la tercera
oportunidad lograron lo que en el fondo buscaban: tomarle fotografías en
el centro de la ciudad.
Un secuestro atípico
Thelma
fue secuestrada el 30 de abril de 1979 a las 20.30 horas, a sus 52
años, cuando caminaba del Hospital Español de Buenos Aires, donde estaba
internado su esposo, enfermo de un cáncer de pulmón. Caminaba por la
vereda hacia la parada del ómnibus cuando, de golpe, un automóvil blanco
se detuvo, ensayando una lenta y tramposa marcha atrás. De su interior
salió un hombre que le tapó la boca con su mano enguantada. En pocos
segundos (eternos en una dimensión más subjetiva), Thelma fue metida en
el asiento trasero, esposada y encapuchada. Madre de Gustavo Cabezas,
desaparecido el 10 de mayo de 1976 con sólo 17 años, Thelma era una de
las fundadoras de la Comisión de Familiares que antecedió la creación de
la organización Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. En aquel entonces,
cuando se desempeñaba como secretaria de Organización, eran sólo seis
madres. Durante el verano porteño, había viajado a México para
encontrarse con su otro hijo, Daniel, y reclamar ante los obispos del
Consejo Episcopal Latinoamericano, reunidos en la ciudad de Puebla, por
el paradero de Gustavo y el resto de los desaparecidos. Allí, entregó
una petición al nuncio apostólico en Buenos Aires Pío Laghi, quien
estaba acompañado por Claudio María Celli, actual presidente del Consejo
Pontificio para las Comunicaciones Sociales del Vaticano. Sin saberlo,
Thelma fue seguida por el Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de
la Armada en México, y posteriormente en Roma, a donde se trasladó luego
para participar en una reunión secreta del Movimiento Peronista
Montonero que presidió Mario Eduardo Firmenich, el jefe máximo de
Montoneros y el más buscado del país.
Varios
minutos después de haber sido detenida, a una cuadra del Hospital
Español, Thelma fue sacada del auto en el que había sido capturada y
conducida por una escalera hacia el tenebroso sótano del Casino de
Oficiales de la Esma, donde los militares de la Armada tenían montada su
sala de torturas. Entre picanazos, le preguntaron por Puebla, por Roma,
por Firmenich. Ella negó todo, y en medio del dolor se inventó un
nombre: José. Y un teléfono, que repitió durante semanas sin
vacilaciones. Después de unos días, la llevaron al altillo de la Esma,
conocido como La Capucha, ese lugar poblado de esquizofrénicos quejidos y
música a todo volumen. Al poco tiempo, sus captores volvieron a
preguntarle por José, que no aparecía, que no estaba, que no respondía
al teléfono. Y de vuelta al sótano, hasta que un hombre de nombre
Marcelo le preguntó la del millón: “¿Por qué nos mentiste?”. Con el
tiempo, Thelma descubrió que Marcelo no era Marcelo, sino Ricardo, el
aterrador capitán de corbeta Ricardo Cavallo. Una voz alzada en medio de
ese mundillo de picanas eléctricas y gritos desahuciados le recordó:
“Señora, yo mato”. Ya no en tono de advertencia, sino con registro
decidido, el prefecto Héctor Fevres (actualmente procesado y detenido en
la causa por robo de niños), por entonces conocido como “El Gordo
Daniel”, advirtió ante la escucha de Thelma: “A esta hay que matarla”.
Fevres fue quien la siguió en su periplo por México. De hecho, un día le
comentó que había viajado en el mismo avión y la había seguido por las
enruladas autopistas aztecas hasta que la perdió por una sagaz jugada
planificada con anterioridad por su hijo Daniel, que la había ido a
esperar al aeropuerto del DF. “Hicimos un contraseguimiento con un
compañero, Alfredo Lires, suponiendo que la estaban siguiendo. Se
perdieron en un viaducto que se cruza con unos puentes peatonales.
Dejamos el auto y cruzamos caminando para dirigirnos a otro. Ahí nos
perdieron”, cuenta Daniel a la diaria. “Lo hicimos por las dudas, no sabíamos si nos estaban siguiendo o no”.
La conexión uruguaya
En
julio de 1979, condujeron a Thelma al aeroparque Jorge Newbery, de
Buenos Aires, para trasladarla en un vuelo comercial de Aerolíneas
Argentinas a Montevideo. Junto a ella, viajó el represor Ricardo
Cavallo, actualmente condenado a cadena perpetua. En Montevideo la
esperaba un oficial vestido de civil que se encargó de hacerlos pasar
por los puestos de control de la Dirección Nacional de Migración. Ella
viajaba con un pasaporte a nombre de Magdalena Manuela Blanco, que había
sido fraguado en el sótano de la Esma. Apenas llegaron a Montevideo,
Thelma fue llevada a un apartamento que ubica “cerca de la Intendencia
de Montevideo”. Por motivos nunca revelados, ese mismo día regresaron a
Buenos Aires. Por esos días, su hijo Daniel, exiliado en México,
escribió una carta desesperada al escritor Julio Cortázar en la que le
pedía ayuda para la aparición de Thelma. El 21 de agosto de 1979, El País de Madrid yEl Excélsior de
México publicaron la respuesta de Cortázar, según dijo el escritor en
una cita casi premonitoria, “denunciando lo que las prensas oficiales
buscan ahogar bajo resonantes triunfos deportivos y otros de la misma
calaña”: “Desde México me llega una carta de Daniel Vicente Cabezas para
pedirme, como miembro del Tribunal Bertrand Russell, que haga todo lo
posible para denunciar y esclarecer la desaparición de su madre, Thelma
Jara de Cabezas, ocurrida en Buenos Aires el 30 de abril último. La
prensa ha informado ya ampliamente sobre el hecho, puesto que la señora
de Cabezas era la secretaria de la Comisión de Familiares de
Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, y lo era por la misma
razón que hoy motiva estas líneas: su hijo Gustavo Alejandro, un
estudiante de diecisiete años, desapareció en mayo de 1976, sin que
hasta la fecha se hayan tenido noticias de su destino. […] Frente a la
carta y la petición de Cabezas, tanto yo como cualquiera de los miembros
del Tribunal Russell en una situación análoga sólo podíamos hacer una
cosa: asumir personalmente la responsabilidad de reiterar la denuncia
del caso en cuestión y, por los medios a nuestro alcance, difundir lo
más posible sus incalificables circunstancias”.
En
la primera quincena de agosto volvieron a sacarla de la Esma, escoltada
por dos autos, ahora para conducirla a la confitería Selquet de Buenos
Aires, ubicada en la intersección de las calles La Pampa y Figueroa
Alcorta. Una vez ubicados en una mesa señalada de antemano, llegaron un
fotógrafo y un periodista de Para Ti, enviados al
lugar por el director ejecutivo de Editorial Atlántida, Aníbal Vigil, y
el redactor responsable de la revista, Agustín Botinelli. Le hicieron
unas pocas preguntas, pero en el medio Thelma dijo que su hijo Gustavo
estaba “desaparecido”. El fotógrafo, Tito La Penna, percibió que “algo
raro estaba pasando”. “Entramos a la confitería; ella estaba sentada en
una mesa junto a la ventana, con las cortinas cerradas. El lugar estaba
casi vacío, a eso de las 10.30”, recuerda La Penna a la diaria.
Hace un año, La Penna y el redactor de la revista, Eduardo Scola,
declararon que habían sido mandados allí sin saber que estaban frente a
una secuestrada. “Me quedó grabada la entrevista porque ella era la
primera persona que hablaba de un desaparecido”, cuenta el fotógrafo,
que por entonces tenía 29 años. En el local había además varios jóvenes,
uno sentado junto a Thelma, al que ella presentó como amigo de su hijo
-según cuenta La Penna-, y otros en otra mesa. Ella le pidió que no
fotografiara a los jóvenes y que no se pudiera identificar el lugar, así
que todas las imágenes de la entrevista capturadas por la Nikon F2
fueron planos cerrados en blanco y negro. El falso reportaje fue
publicado el 10 de setiembre en Para Ti. Para Daniel, exiliado por esos días en México, fue la confirmación de que Thelma estaba con vida.
En
una comparecencia durante el juicio a las Juntas Militares que se
realizó en Argentina en 1985, Thelma testimonió: “La entrevista es
preguntarme en relación con mi desaparición, si es verdad que estoy
desaparecida. Yo digo que no; eso tenía que decir. Que Víctor Carrasco
era mi amigo, que me había protegido en el Uruguay, que me daba ropas,
alimentos, remedios, y que iba a estar ahí no sé por cuánto tiempo hasta
que tuviera la seguridad de volver a mi país. Ahí también ellos vuelven
a indicarme que ellos saben que los organismos de derechos humanos son
usados por organizaciones terroristas […]. Preguntan y yo digo que no
sé”. Poco después de la salida de la entrevista, el diario Buenos Aires Herald -en
aquellos años, uno de los pocos en dar espacio a denuncias de
violaciones a los derechos humanos- destacó el “lenguaje castrense” de
la entrevistada, “poco común para una madre de Plaza de Mayo”. No
conformes con el operativo desplegado en la confitería Selquet, sus
captores volvieron a trasladarla a Uruguay a principios de setiembre.
Otra vez, en un vuelo comercial. Otra vez, con un pasaporte falso, que
la nombraba Magdalena Manuela Blanco. Otra vez, acompañada por Ricardo
Cavallo. Esta vez, en la compañía argentina Austral. Al llegar a
Carrasco, Thelma fue llevada al hotel Victoria Plaza. Por ese entonces,
la secta conducida por el reverendo Sun Myung Moon estaba en plenas
tratativas con el gobierno uruguayo para quedarse con el hotel. Un joven
que se presentó como Víctor Carrasco y dos marinos argentinos (que
Daniel presume que venían del Centro Piloto de París, un enclave
argentino en la capital francesa desde donde la Armada vigilaba a los
exiliados) la custodiaron en el hotel, pero ni la entrevista ni las
fotos pudieron ser concretadas. Pasó la noche en el edificio, y al día
siguiente volvió a Buenos Aires.
La tercera vencida
Pocos
días después, Thelma fue traída nuevamente a Montevideo. Por aquellos
tiempos, la secta Moon editaba en Estados Unidos el periódicoWorld News y preparaba el lanzamiento en Uruguay de Noticias del Mundo,
que dirigiría Julián Safi, ex jefe de la Dirección Nacional de
Relaciones Públicas (Dinarp) y vocero de los Moon. Safi había
conquistado la Dinarp gracias a las gestiones de Hugo Manini, profesor
del Liceo Militar y cabecilla de la agrupación ultraderechista Juventud
Uruguaya de Pie. Entre las plumas que habitaban el plantel de
columnistas de Noticias del Mundo, se encontraba Segundo Flores, apoderado legal de Moon y suegro del dictador Gregorio Goyo Álvarez,
quien alcanzaría la presidencia dos años más tarde, en 1981. También
por aquel entonces ponía un pie en Uruguay la agencia Burson Marsteller,
actualmente instalada en el World Trade Center, a pasitos del
Montevideo Shopping. Al igual que en su segundo viaje a Montevideo, en
el tercero Thelma fue llevada al elegante hotel Victoria Plaza, donde
también orbitaba Safi, devenido una especie demanager de
los negocios de los Moon, con puentes políticos a raíz de su
experiencia como jefe de la Dinarp. Vigilada, Thelma pasó la noche en
una habitación hasta que al otro día fue llevada de los pelos a varios
lugares céntricos. “La esperaron en el aeropuerto militares uruguayos,
la llevaron al Centro, la metieron en el hotel y después la sacaban… En
Uruguay le toman las fotografías y la vio un periodista de la secta
Moon”, relata Daniel. El objetivo era el mismo de siempre: desprestigiar
mediante un reportaje las denuncias de los familiares de desaparecidos,
centrar la mira en los Montoneros y demostrar que Thelma no estaba
secuestrada, como denunciaban las organizaciones de derechos humanos,
Cortázar y hasta el fundador de Amnesty International, Seán MacBride,
que también había levantado su voz. Una vez obtenidas las fotos, a
Thelma le sacaron el disfraz de señora libre y la devolvieron al
cautiverio.
Un cable de la agencia estatal argentina de noticias Télam recogió
el supuesto reportaje. El título: “Habla la madre de un subversivo
muerto”. El copete decía así: “El diario norteamericano World News publicó
una nota en la que una mujer argentina, radicada en Montevideo,
denunciaba a las organizaciones que supuestamente defienden los derechos
humanos. Su hijo fue muerto en un enfrentamiento con las fuerzas de
seguridad. Para averiguar su paradero, ella se deja llevar por los
mecanismos internacionales que la comprometieron y usaron para sus
propios fines. Un testimonio esclarecedor y tremendo que descubre los
métodos de la subversión”. El cable tuvo una amplia repercusión en
Argentina, pero ninguna en Uruguay, a pesar de que ese mes la prensa
local dio amplia cobertura a la visita de la CIDH a Buenos Aires. De
alguna manera, ésa fue una forma que la dictadura argentina encontró
para anticiparse a la denuncia de la desaparición de Thelma, presentada
ante la CIDH por la organización Familiares. En el juicio por la
megacausa de la Esma, Carlos Muñoz, otro de los sobrevivientes del
centro clandestino de detención, declaró el año pasado en Buenos Aires:
“Orlando González, alias Hormiga, que era
fotógrafo del Centro de la Marina o Club La Marina, le tomó a Thelma las
fotos en Uruguay, que yo revelé, donde se la veía en lugares típicos de
Montevideo”. Durante la dictadura argentina, los oficiales de la Esma
habían montado en el altillo una especie de centro de prensa donde
obligaban a los detenidos al trabajo forzoso de redactar cables
noticiosos y revelar fotografías. Ahí fueron a parar las imágenes que le
tomaron a Thelma en Montevideo.
En
aquel setiembre de 1979 en que Thelma fue traída a Montevideo, Esteban
Cristi asumía en Uruguay la presidencia del Centro Militar; todo el
cuerpo de embajadores uruguayos en el exterior se reunía semanalmente
con el director del Servicio de Información de Defensa, Iván Paulós; el
coronel Federico Silva Ledesma se vanagloriaba de que Uruguay salía de
“una profunda crisis moral” al asumir al frente del Supremo Tribunal
Militar, y los diarios informaban sobre una misteriosa aparición de “una
pareja de ex nazis” asesinados en el balneario de Las Toscas. También
en setiembre, el día 5 (dos días antes de la llegada de la CIDH a Buenos
Aires), una de las actuales dueñas de El País (por
aquel entonces corresponsal en Buenos Aires), Julia Rodríguez Larreta,
entrevistaba al dictador argentino Jorge Rafael Videla. El reportaje se
produjo en momentos en que los militares argentinos, por medio de
Burson, concedían entrevistas a algunos medios de prensa cuidadosamente
seleccionados entre los de la región en busca de consolidar la idea de
que su gobierno mantenía un talante aperturista respecto de la prensa y
respetaba las libertades individuales frente a la inspección que por
esos días realizaba la CIDH. La entrevista, que ocupó buena parte de la
portada y las primeras páginas del diario, es ilustrativa sobre la
sintonía que por entonces existía entre ambas dictaduras. Videla se
refería a Uruguay como “ese país tan hermanado, tanto que vivimos lo que
ocurre en el Uruguay como si fuera nuestro […]. Al pueblo uruguayo y a
su gobierno con el cual mantenemos una estrechísima relación y
especialmente una comunidad de ideales”. Durante la entrevista,
Rodríguez Larreta consultó a Videla cómo explicaba el terrorismo y la
violencia. “El terrorismo y la violencia fueron los modos operativos de
un proceso de subversión que, al agredir nuestra sociedad, pretendía
alterar nuestro estilo de vida para instalar un sistema totalitario”,
respondió Videla, propagando el relato instalado por los gobiernos de la
región en aquel entonces.
Thelma
fue liberada el 7 de diciembre de 1979. Se recluyó en la provincia
argentina de Corrientes. Pero en agosto de 1980 recibió la imprevista
visita de Ricardo Miguel Cavallo. Era para decirle que habían capturado a
Daniel. Luego se trasladó de nuevo a Buenos Aires. Visitó a su hijo
Daniel en la cárcel de Caceros, donde estaba detenido. La primera vez
que se vieron fue a través del vidrio de un locutorio. Con el tiempo,
les permitieron verse, tocarse, contarse más cosas. Un día, una ex
compañera de la Comisión de Familiares le gritó: “¡Traidora!”, mientras
hacía la cola para visitar a su hijo. Habían creído en el reportaje.
Daniel fue liberado en 1984, un año después del retorno a la rutina del
voto popular.
La
mayor parte de los militares que mantuvieron secuestrada a Thelma,
incluido Cavallo, fueron condenados a prisión perpetua el 26 de octubre
de 2011. Hace pocos meses, el 4 de noviembre de 2014, el juez federal
Sergio Torres procesó también al jefe de redacción de la revista Para Ti,
el civil Agustín Botinelli, por delito de coacción, y le trabó un
embargo por un millón de pesos sobre sus bienes al acreditar que fue el
responsable de una entrevista apócrifa. Botinelli se convirtió así en el
primer periodista de la historia de Argentina procesado en el marco de
la investigación de los crímenes contra los derechos humanos durante la
dictadura. Según puede leerse en el fallo del juez federal Sergio
Torres, al que accedió la diaria, Botinelli “se
valió de la situación amenazante que atravesaba la mencionada Jara de
Cabezas, respecto de su vida y su integridad física, arbitró los medios
necesarios para que se le realizara la mencionada entrevista, resultando
su acción apta para vulnerar el bien jurídico protegido por la norma,
para luego fraguar su contenido y ordenar su publicación en la revista Para Ti”.
Durante su declaración, Botinelli rechazó las acusaciones y negó haber
participado en un operativo semejante. Sostiene que si algo tocó en
aquella entrevista fue algún error gramatical, no parte de su contenido.
En la causa estaba también imputado uno de los dueños de la editorial
Atlántida (propietaria de las revistas Gente, Para Ti, Somos, Billiken, Chacras y El Gráfico,
que ya no le pertenece más), Aníbal Vigil, ya fallecido. De los
uruguayos implicados, por ahora ni pistas. Sólo un nombre y un apellido
que aún permanecen bajo un manto de misterio: Víctor Carrasco. Thelma
Dorothy de Cabezas nunca más volvió a pisar Montevideo, esa ciudad de
los abismos de sus recuerdos.
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